lunes, 12 de marzo de 2012

11 marzo 2012 El País

 

11 març 2012

Ocho años después del 11-M

José Manuel Rodríguez Uribes fue Director General de Apoyo a Víctimas del Terrorismo entre 2005 y 2011.

Decía Marcuse que “los juicios valorativos más elementales —los más fáciles de compartir— se basan en el sentimiento por el dolor de los otros”. El 11 de marzo de 2004 los españoles nos conmovimos ante los atentados terroristas con mayor número de muertos y de heridos de nuestra historia. Ocho años después hay algunos elementos para la esperanza, pero también otros que ponen en entredicho la afirmación de Marcuse.
Lo positivo es que aquella trágica experiencia nos sirvió para estar más alerta y mejor preparados ante el terrorismo yihadista. La sociedad española fue tremendamente solidaria y desterró cualquier tentación xenófoba. También el Estado de derecho funcionó y condenó a los responsables de la matanza tras un juicio con todas las garantías, incluso televisado, reconocido por el Relator de Naciones Unidas para los derechos humanos, que llevó a una sentencia razonada y explicada a las víctimas por el juez Gómez Bermúdez en un acto sin precedentes del que fui testigo. Esta sentencia fue ratificada un año después por el Tribunal Supremo y hoy, en lo sustancial, es cosa juzgada. Ni EE UU en relación con el 11-S, que ocurrió tres años antes, ni el Reino Unido con el 7-J han conseguido nada parecido. Las víctimas del 11-M fueron “reparadas” de acuerdo con aquella sentencia y los autores están en la cárcel o muertos. El 11-M sirvió también para que implementáramos un nuevo sistema, más integral y potente, de atención a las víctimas del terrorismo, explicitado en buena medida en el Plan de Derechos humanos aprobado por el Gobierno de Zapatero y cuyo corolario es la Ley 29/2011, de 22 de septiembre que impulsamos primero desde el Alto Comisionado con Gregorio Peces-Barba y después con Alfredo Pérez Rubalcaba en el Ministerio del Interior.
Pero también hay signos negativos. El principal tiene que ver con el aprovechamiento político o mediático del sufrimiento de las víctimas que algunos han hecho o con la discordia y el desgarro que se siembra entre ellas cuando se sostienen teorías incompatibles con el relato de hechos probados en la sentencia.
Ocho años después debemos mantener la memoria de las víctimas. Una memoria colectiva pero también íntima y familiar. Cada día de cada año desde hace ocho los muertos se agarran a la vida porque sus familias piensan en ellos. Los autores de la matanza soñaron con llevarnos al pasado, cientos de años atrás de civilización y progreso. Las víctimas, sin embargo, son nuestra tabla de salvación. Representan lo que nadie les pidió ser: la grandeza del ser humano. Cuidémoslas siempre y tratémoslas con respeto.

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