lunes, 10 de marzo de 2014

10 marzo 2014 (11) eldiario.es/Catalunya

10 marzo 2014



Crónica de una conspiración fallida
Jordi Rovira





Desde el golpe que la lectura de la sentencia supuso para sus defensores, la teoría de la conspiración ha cotizado a la baja, y todo apunta que en los últimos días han sido los de su estocada final, a base de reconocer, de una forma u otra, quienes la alentaron, que estaban equivocados.

Se cumplen diez años del inicio de la gran mentira mediática, del germen de una falsa conspiración que llenó páginas de periódicos y horas de tertulias. Me refiero a la teoría de la conspiración del 11-M que ciertos medios y profesionales de la información defendieron hasta la saciedad mientras, a cada línea, a cada comentario, se iba haciendo añicos la deontología periodística de quienes, con inusitada pasión, la alentaron.
Retrocedamos en el tiempo. Todo empieza tras los atentados del 11 de marzo del 2004, que causaron 191 muertos y más de 1.800 heridos, pues desde el gobierno se intentaron atribuir a ETA para no asociarlos con la guerra de Irak. Los tres largos días entre aquellas bombas  y las elecciones generales, que culminaron con la victoria de Zapatero, fueron un golpe tan duro como inesperado para la derecha española. Junto al desconcierto por la pérdida del poder, se dio la salida de Aznar de la Moncloa por la puerta de atrás.
Sin embargo, lo que pudo haber sido un error puntual se prolongó en ciertos medios afines al PP con informaciones que dudaban de la autoría islamista (a pesar de que los servicios secretos lo sabían pocas horas después de los atentados) e insistían en la autoría etarra.
Ante el estupor de propios y extraños, las informaciones se fueron multiplicando con la participación de El Mundo, la COPE, Telemadrid y otros medios menores acólitos a los que se sumaron la dirección de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) –con Francisco José Alcaraz al frente–, supuestos expertos surgidos de la nada y algún grupúsculo organizado en Internet que se apuntaron al tiroteo. Pero, sobre todo, –detalle no menor– se contó con la complicada de un sector del PP. Las hemerotecas no engañan. Entre otros, el actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, dio pábulo a la versión alternativa: “No me creo que los detenidos por el 11-M organizaran los atentados” (El Mundo, 10 de octubre del 2004).
No obstante, la realidad iba por otros derroteros. Y lo que pudo quedar en una teoría de la conspiración fallida se fue complicando a medida que los hechos la desmentían.

Cada vez peor

La paranoia llegó a tal punto que, cuando la autoría de ETA ya no se sostenía por ninguna parte, para que cuadraran las tesis de los defensores de la vía alternativa, se acabó esbozando un escenario con diferentes actores donde incluso se apuntaba a responsables policiales como cómplices necesarios de la matanza. Se insistía que un reducido grupo de islamistas no podían ser los cerebros del mayor atentado de la historia de España y el segundo de Europa después del de  Lockerbie (Escocia).
Ante tal insistencia, cierto sector de la judicatura estaba cansado de, día sí y día también, ver desautorizada la investigación judicial mientras que en la policía leían atónitos las informaciones que les implicaban en los atentados. Hubo un sector nada desdeñable de la policía que se sintió injuriado. En lugar de congratularse por haber detenido en pocas semanas a los autores materiales de los atentados (el resto se suicidaron en Leganés al verse rodeados), se les señalaba como cómplices de aquello. Prueba de esa indignación fueron las demandas y querellas –que no prosperaron– de Rodolfo Ruiz ( comisario del Puente de Vallecas) y Juan Jesús  Sánchez Manzano (jefe de los Tedax) contra El Mundo, la COPE y Jiménez Losantos.

Purgas en las redacciones

El 31 de octubre del 2007 la lectura de la sentencia del juicio del 11-M fue el inicio del fin de la teoría de la conspiración. En la misma, los magistrados de la Audiencia Nacional, Fernando García Nicolás, Alfonso Guevara y Javier Gómez Bermúdez, no sólo culpaban a la célula islamista de los atentados sino que, además, descartaban cualquier participación de ETA y desmontaban, uno a uno, los supuestos argumentos de la conspiración.
Dos meses después, la revista Capçalera, editada por el Colegio de Periodistas de Cataluña, publicó un dossier especial (Historia de una conspiración, en doble versión en catalán y castellano) sobre las consecuencias para la profesión que había provocado la teoría de la conspiración. Quien escribe estas líneas se reunió en Madrid con periodistas que conocían cómo se habían gestado en algunas redacciones las tesis alternativas. El dossier relataba como en los medios que apostaron por aquella teoría se quitaron de encima a profesionales que no comulgaron con todo aquello.
Así, por ejemplo, Federico Jiménez Losantos rehízo la redacción de informativos de la COPE purgando a los críticos de las tesis conspirativas. Prueba de ello es que de los que trabajaban en la emisora el 11 de marzo de 2004, tres años después tan sólo quedaba una cuarta parte. La remodelación de la redacción se hizo, pues, a partir de las afinidades ideológicas. La consigna del nuevo jefe de Informativos –Ignacio Villa– era seguir al dedillo las informaciones de El Mundo. Y quien no comulgara con eso, ya sabía dónde estaba la puerta.
En Telemadrid –donde Pilar Manjón estaba vetada por sus críticas al anterior ejecutivo– también iban al unísono con El Mundo. Javier Bosque, exjefe de Nacional, recordaba cómo “hasta ese momento, en Telemadrid, no había habido una marcada línea editorial. A partir del 11-M, todo giraba en torno a eso”. Poco a poco los históricos de la cadena, que no comulgaban con las informaciones publicadas por El Mundo, fueron siendo sustituidos por jóvenes conservadores que no discutían con el equipo del nuevo director general, Manuel Soriano, exjefe de prensa de Esperanza Aguirre. “Allí nunca se había vivido un cambio tan brutal”, admitía Javier Bosque.
El dossier incluso detalla cómo el Mundo TV –productora audiovisual de El Mundo– contrató los servicios de una empresa de efectos especiales para que las tesis conspirativas coincidieran con el relato, lo que provocó que, ante tal manipulación de los hechos, la empresa en cuestión –una de las más reputadas del sector– se retirara del proyecto antes de que otras acabaran con ese trabajo.
Las acusaciones de aquel dossier publicadas por el medio de comunicación de una asociación de periodistas nunca fueron rebatidas por los interesados, que se limitaron a descalificar el trabajo con comentarios despectivos en sus respectivos medios. A pesar de causar cierto revuelo en algunos sectores periodísticos, en líneas generales el silencio fue la norma. Un silencio entendido por la admiración o temor –a menudo a partes iguales– que provoca la figura de Pedro J. Ramírez. El mismo silencio que hubo tras la publicación de Pedro J. Ramírez al desnudo (Foca, 2009), la documentada biografía del periodista riojano escrita por José Díaz Herrera.

Guerra mediática

Así, la teoría de la conspiración del 11-M provocó una remodelación de algunas redacciones de medios afines al PP. Algo que, en cambio, no tuvo lugar en ABC debido a que su director entre 1999 y 2008, José Antonio Zarzalejos, apostó por el periodismo riguroso y no cedió a las presiones de los que le alentaban para que se sumara al carro de los conspiradores.
Aquella actitud le acarreó críticas furibundas de ciertos sectores de la derecha, por no hablar de los continuados insultos de Jiménez Losantos desde los micrófonos de la COPE (el locutor acabaría siendo condenado por el Supremo –que ratificó una sentencia anterior– a indemnizar con 100.000 euros a Zarzalejos por intromisión en el derecho al honor). Losantos incluso llegó a pedir a los lectores de ABC que se dieran de baja del periódico. No obstante, a pesar de los insultos y el llamamiento al boicot, Zarzalejos no apoyó las tesis conspirativas, lo que explica en buena parte su cese como director en febrero del 2008. Tales movimientos nos permiten, pues, enmarcar lo ocurrido tras el 11-M dentro de la lucha por el poder en la derecha mediática madrileña. Así, la teoría de la conspiración sólo fue un arma arrojadiza más de una dilatada batalla que todavía pervive.

Víctimas divididas

Y en todo este entramado de intereses económicos, ¿qué ocurre con las víctimas del terrorismo? Pues que al dolor por la pérdida de sus seres queridos se sumó el intenso uso político y mediático del mismo durante tres largos años.
Recuerdo, como si fuera hoy, los nervios de las víctimas del 11-M en la Audiencia Nacional poco antes de la lectura de la sentencia. Decenas de víctimas –diría incluso que unos centenares– estaban en una amplia sala de los bajos del pabellón de la Audiencia en la Casa de Campo –donde había tenido lugar el juicio–, que fue acondicionada para la ocasión con pantallas. Algunas víctimas, alteradas por la comprensible tensión del momento, no querían ni en pintura la presencia de informadores en la sala, temerosos que fueran de El Mundo u otros medios afines.
Pero más allá de la indignación por el uso interesado de su drama, la teoría de la conspiración dividió al mundo de las víctimas del terrorismo, ahondando en una división que ya existía antes del 11-M. Una minoría defendían las tesis alternativas mientras otras, las menos politizadas, pedían dejar trabajar a la investigación oficial. Una división y distancias que se han mantenido hasta nuestros días.
Un terrorismo diferente
El paso del tiempo no ha cicatrizado la división entre las víctimas pero sí que ha desmentido las crecientes dudas que en su momento los defensores de la vía alternativa crearon en torno al 11-M. La evolución del terrorismo yihadista no hecho más que tirar por los suelos esas dudas. En sus teóricos análisis los defensores de la teoría de la conspiración dudaban de que aquellos ‘moritos de Lavapies’ (sic) pudieran haber realizado ellos solos los atentados. No obstante, la definitiva implantación del terrorismo yihadista ha demostrado, no sólo que éste funciona muy diferente de organizaciones de estructura piramidal como ETA o el IRA, sino que, además, la autonomía de las células operativas por todo el mundo es tal que incluso en muchas ocasiones estas estructuras paralelas no mantienen relación alguna con organizaciones de referencia como puede ser Al-Qaida, lo que después no evita que ésta asuma el atentado como propio.

Dudas sin respuestas

Si la tozuda realidad de los hechos no fuera suficiente, la falta de respuestas hizo el resto. No en vano, los defensores de la teoría de la conspiración del 11-M usaron los clásicos argumentos a los que recurren este tipo de cábalas. Como cualquier versión alternativa que se precie, su principal argumento es sembrar las dudas de la versión oficial. Es decir, usan las lagunas existentes en cualquier investigación compleja para alimentar la duda sobre el conjunto de la misma.
La diferencia con el 11-S es que en Estados Unidos las teorías de la conspiración –que también surgieron, y con fuerza– nunca fueron apoyadas por los grandes medios de comunicación ni tampoco fueron alentadas por el principal partido de la oposición. Así, el informe de la comisión nacional de investigación que estudió de forma pormenorizada los atentados del 11 de septiembre del 2001 nunca ha sido desautorizado por periodistas ni políticos de referencia.  
En lo que sí se parecen las teorías de la conspiración de ambos lados del Atlántico –como en la mayoría de las existentes– es en que abren muchos interrogantes pero aportan pocas respuestas, por no decir ninguna. Además, se basan en argumentos simplistas como creer que alguien está detrás de un atentado por el simple hecho de verse beneficiado por el mismo (en el caso del 11-M, el PSOE).
En el 11-M, la falta de indicios sólidos y pruebas reales, –tal y como ocurre en este tipo de teorías– les ha acabado pasando factura, sobre todo porque la labor policial y posterior investigación judicial han estado tan consistentes que incluso han sido objeto de estudio en universidades norteamericanas. Y esto se explica, sobre todo, porque en Estados Unidos, el 11-S no ha tenido ni una cosa ni la otra en la misma medida.
Pero en España la teoría de la conspiración no sólo fue defendida por medios de comunicación importantes y por el PP, sino que, además, se dieron paradojas preocupantes. Así, mientras se acusaba sin rubor alguno a responsables policiales que tras el atentado habían trabajado sin cesar hasta acabar deteniendo a los autores materiales de la masacre, se daba crédito a declaraciones –claramente interesadas– de algunos de los procesados por la matanza. En este sentido, las declaraciones del exminero José Emilio Suárez  Trashorras, el pasado 1 de marzo en El Confidencial dejan en evidencia a El Mundo , que en su momento no dudó en utilizarlo para alimentar sus tesis. "Implicar a ETA en el 11-M fue una tontería. Lo dije para generar confusión", admitía Trashorras.

¿Punto final?

Las palabras de Trashorras se enmarcan en una serie de movimientos curiosos. Con la reciente emisión en Telemadrid del documental 11-M, tres días que cambiaron España, de Manuel Cerdán, esta emisora reconoce por primera vez que quien atentó en España no fue ETA, sino una célula de islamistas radicales (aunque exculpa al PP de la gestión informativa posterior al atentado). Una versión bien diferente a la del polémico documental de titulo parecido (Cuatro días que cambiaron la vida de España), producido por El Mundo TV, que el canal autonómico emitió en el 2005 y donde se defendían las tesis conspiradoras.
Estos hechos precedieron la entrevista que el pasado viernes publicó El Mundo con Javier Gómez Bermúdez, presidente del tribunal que juzgó el 11-M y que durante años fuera cuestionado por el rotativo madrileño. En la entrevista –anunciada en cinco columnas en la portada– el magistrado cargaba duramente contra la teoría de la conspiración.
Dos días después, el domingo 9 de marzo, el nuevo director de El Mundo, Casimiro García-Abadillo, admitía en un artículo los errores de los que defendieron todo aquello: “Dimos crédito a algunas informaciones faltas de rigor, que sólo tenían como fin confundirnos y llevarnos a un callejón sin salida. La labor de los servicios secretos (que se sirvieron de algún abogado y de ciertos miembros de las fuerzas de seguridad) fue crucial para hacer que los que buscábamos honestamente la verdad, pareciéramos una pandilla de iluminados”. En resumen, se equivocaron pero no fue culpa suya. En cambio, en su artículo –ahora es columnista–, Pedro J. Ramírez no muestra ningún atisbo de autocrítica y aprovecha para cargar contra Rajoy, al que acusa de ser el instigador de su cese.
Así pues, el décimo aniversario del 11-M nos sitúa con la perspectiva suficiente para valorar lo ocurrido en todos estos años. Desde el golpe que la lectura de la sentencia supuso para sus defensores, la teoría de la conspiración ha cotizado a la baja, y todo apunta que en los últimos días han sido los de su estocada final, a base de reconocer, de una forma u otra, quienes la alentaron, que estaban equivocados.
Además, los que la lideraron ya no están en los cargos que ocupaban en su momento. Así, Jimenez Losantos no trabaja en la COPE mientras que Pedro J. Ramírez hace pocos días que ya no es director de El Mundo. Sin embargo, ni las últimas estocadas a los restos de la teoría de la conspiración ni los cambios al frente de los medios implicados han hecho que muchos que sufrieron todo aquello olviden lo ocurrido.
Así, el pasado 7 de marzo Eulogio Paz –exmarido de Pilar Manjón y padre de Daniel Paz, el joven que falleció por la bomba del tren del El Pozo– recordaba en su blog 11-M Cartas al director (desde el que hace años carga contra los teóricos de la conspiración, hasta el punto que ha escrito un libro bajo el mismo título) que García-Abadillo, “ha sido tan conspiranoico como Pedro J. Ramírez”. No en vano, está marcado por las tesis conspirativas. Escribió no pocos artículos sobre el tema, e incluso publicó –junto al químico Antonio Iglesias– el libro Titadyn (Esfera de los Libros, 2010) que ponía en duda, una vez más, la versión oficial sobre los explosivos utilizados en los atentados. Por su parte, José Antonio Zarzalejos escribía días atrás en su blog de El Confidencial que “la teoría de la conspiración ha fracasado porque ni siquiera los que la mantuvieron contra viento y marea son capaces de sostenerla”.
La conclusión, pues, es que no existió tal conspiración ni en las entrañas de ETA ni en los servicios del Estado. O quizás sí, la que urdieron desde algunas redacciones determinados periodistas con unos fines meridianamente claros.

Opinión:

Siempre es agradable poder leer los grandes artículos de los grandes amigos y Jordi no es una excepción. El articulo que presenta nos ofrece una enorme cantidad de información y de previa investigación… lo se porque ya hace años que nos conocemos y que intercambiamos datos y amistad. Leer el presente articulo me ha llevado a repasar muchos datos que pudimos compartir cuando el juicio del 11M estaba en pleno apogeo y aparecían las teorías conspiranoicas, llamábamos algunas victimas representativas (de las de verdad) e intercambiábamos datos y mas datos. Horas y horas de cafés y cervezas en diferentes lugares, especialmente en el Plaza y en el Obama de Gran Via. Cruces de informaciones y gráficos con nombres impronunciables, generalmente en árabe. Incluso en el metro pronunciando esos nombres y viendo las reacciones de los pasajeros, que no acababan de entender quien puñetas éramos.
Recuerdo el día que Jordi me regalo la revista Capcalera y le dije: “la que vas a liar como esto se sepa”. Así fue. Se lió y grande, con dimisiones adelantadas antes de llegar el despido.
Y lo que nos queda todavía por luchar…





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