miércoles, 12 de marzo de 2014

12 marzo 2014 (5) La Verdad

12 marzo 2014


Consuelo de unidad

Nadie tiene derecho a añadir preguntas capciosas a la angustia que esfuerzan en sobrellevar las víctimas del terror

 

 

 

El décimo aniversario de los atentados yihadistas del 11 de marzo en Madrid permitió que ayer y anteayer todas las asociaciones de víctimas del terrorismo se mostraran unidas para expresar un dolor compartido y, así, mantener viva la memoria de las personas asesinadas como mensaje dirigido al resto de la sociedad. La unidad que en la conmemoración del 11-M les ha correspondido encarnar a Pilar Manjón, Ángeles Pedraza, Ángeles Domínguez y María del Mar Blanco constituye el gesto de consuelo que necesitaban tantos familiares de fallecidos y víctimas heridas por la barbarie terrorista que a su lacerante dolor tenían que sumar el desconcierto de la división. Es también la estampa que precisaban los ciudadanos para no sentirse mediatizados en su empatía hacia las víctimas de toda sinrazón, porque las causas se vuelven fundamentalistas desde el momento en que pretenden imponerse sobre el sacrificio de congéneres. Las acciones terroristas son todas igualmente execrables, como lo son las bandas y tramas que las ejecutan, aunque tracen vínculos más o menos directos entre inductores y asesinos. El Estado de Derecho está diseñado, por su naturaleza garantista, más para perseguir y enjuiciar la actuación de organizaciones que obedecen a una cadena de mando estructurada de manera explícita y reivindican en primera persona sus desmanes, que para depurar las responsabilidades que concurren en el funcionamiento de una realidad cambiante y sujeta a un dictado indirecto, como es el yihadismo inspirado en Al-Qaida. El 11-M cogió de sorpresa al sistema de seguridad español, del mismo modo que el 11-S o el 7-J pusieron en entredicho la eficacia de toda la red de inteligencia de EE UU y del Reino Unido. Sus respectivas instancias judiciales se vieron obligadas a afrontar la instrucción de casos sin precedentes no solo por la magnitud de las masacres, sino porque fueron provocadas por tramas hasta cierto punto evanescentes en cuanto a su instigación. Quienes perdieron a su hijo, a su padre o madre o a su amor en los trenes del 11-M seguirán toda la vida haciéndose preguntas sobre la maldición que les arrancó de su lado y sobre el sentido mismo de su existencia. De ahí que sea tan importante que todas las instituciones y los líderes de opinión asuman como propia la prolija verdad que contiene la sentencia de la Audiencia Nacional, que el Tribunal Supremo hizo suya. Nadie tiene derecho a añadir preguntas capciosas a la angustia que se esfuerzan en sobrellevar las víctimas del terror.


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