martes, 1 de marzo de 2016

01 marzo 2016 (5) El Correo (opinión)

01 marzo 2016



«Debemos construir entre todos una convivencia en paz y libertad»
Quince años después de que ETA asesinara en Durango a su marido, concejal del PP, Mari Carmen Hernández se atrevió ayer a compartir su historia con sus vecinos

«Me prometí ser fuerte por mis hijas, porque si yo estaba bien, ellas también lo estarían. Me costó mucho salir a la calle en Durango y volver a encontrarme con gente que nos había hecho la vida imposible. Con el tiempo, me di cuenta de que tenía que perdonar y fue una liberación», reconoció Mari Carmen Hernández ayer en la villa vizcaína donde ETA asesinó en junio de 2000 a su marido, el concejal del PP Jesús Mari Pedrosa. Ayer se atrevió a dar un paso más al frente al contar su experiencia por primera vez en la localidad tomando parte en la Plaza de la Memoria que organiza el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos (Gogora). «Me ha costado mucho», reconocía tras finalizar su intervención ante una carpa a rebosar de público.
Hernández tomó parte en una mesa redonda junto a Amaia Etxaniz, hija de Ángel Etxaniz, simpatizante de Herri Batasuna asesinado por el Batallón Vasco Español (BVE) el 30 de agosto de 1980. El vicario de Bilbao, el durangués Ángel María Unzueta, moderó el debate. Mari Carmen explicó a los asistentes, muchos vecinos de la villa y también representantes políticos municipales, que se enteró del asesinato de su marido mientras estaba en casa escuchando la radio. «Interrumpieron la programación para dar la noticia. Aunque al principio no dieron su nombre, por los datos que daban supe que era él», aseguró.
Sin embargo, su pesadilla comenzó trece años antes cuando Pedrosa decidió dedicarse a la política. «Sufrimos un acoso terrible, le increpaban por la calle, teníamos empapelado desde el portal hasta nuestra casa, recibíamos paquetes con insultos, nos tiraban piedras a las ventanas. Él creía que podía solucionarlo hablando », explicó. Lamentó que su vida familiar «era triste por esta situación. En casa le planteábamos que lo dejase, pero por otro lado decíamos ‘¿por qué no puede pensar él diferente?’. Le gustaba su trabajo y el Ayuntamiento era su segunda casa». Durante esa etapa sentimos una «sensación de desamparo, que te va hundiendo». Hasta los vecinos, según detalló, vivieron la angustia familiar. «Le han matado, pero hasta ahora no le han dejado vivir», me comentó una de las más allegadas.
Tras el asesinato de su marido se prometió que pondría su «grano de arena, estar donde me llamen para contar mi historia, para que las próximas generaciones tengan una vida mejor». También aseguró que desde el principio mostró su rechazo a la política de dispersión de los presos. «Entre todos tenemos que ir construyendo una convivencia en paz y libertad y que haya un país más feliz para las próximas generaciones». Ella trabaja en diferentes agrupaciones para lograr ese objetivo e incluso participó en un programa de encuentros restaurativos con presos. «Creo que todo el mundo tiene el derecho a una segunda oportunidad», añadió. «Espero que la cárcel sirva para reflexionar y salir de otra manera», concluyó.
«Semilla de un futuro mejor»
Por su parte, la ondarrutarra Amaia Etxaniz tenía sólo diez años cuando perdió a su padre de golpe. «Mi madre nos levantó de la cama de madrugada y nos dijo que fuéramos al salón. Allí estaba mi padre muerto sobre una manta, con ocho tiros en su cuerpo y le habían orinado encima», rememoró. «Era mi tesoro más preciado, mi referente», confesó emocionada. Ella, justo la noche anterior del asesinato, tenía un «presentimiento» y no quería separarse de su progenitor. Estuvo con él hasta medianoche, sentada en su regazo hasta que su madre le ordenó que fuera a la cama. «Fue la última vez que vi a mi padre con vida», manifestó ayer ante el auditorio, tras explicar que la suya era «una familia feliz y estructurada», aunque conocedora de que «lo que hacía su padre era molesto para algunos» y le ponía en riesgo.
Su padre gestionaba un negocio de hostelería en Ondarroa. Era simpatizante de Herri Batasuna, promotor de ‘Egin’ y siempre ayudaba a los jóvenes, sobre todo en el deporte. Estuvo encarcelado en Zaragoza en 1976 y «como no declaraba bajo tortura, le dijeron que su familia sería la que recibiría amenazas». A los dos días de que fueran a visitarlo, explotó una bomba en la discoteca familiar, un «atentado sin reivindicar aunque con unas pintadas de ‘Antiterrorista ETA’». «Recibió amenazas de los ultras, visitas de la Guardia Civil, detenciones, fue torturado y repetidamente acusado de tenencia de armas nunca encontradas. Sufrió varios atentados fallidos. Manipularon su coche y tuvo dos accidentes», relató .
Amaia Etxaniz vivió durante muchos años «con odio y tristeza», pasó de «una vida llena de color al infierno». Hasta que un día cayó en la cuenta de que no podía continuar así. «El odio me envenena y le tengo que dar la vuelta», pensó. Los que asesinaron a su padre fueron dos encapuchados y, aunque hubo pruebas para identificarlos, desaparecieron. Aun así considera que «si los tuviera delante, los perdonaría».
El vicario de Bilbao, Ángel Mari Unzueta, agradeció por su parte el testimonio de las dos mujeres. «La semilla de un futuro mejor pasa preferentemente por aquellas personas que, habiendo recorrido un itinerario de duelo y de cicatrización, muestran que algo nuevo ha nacido en ellas y desde ellas para todos».

Opinión:

Coincidí con Mari Carmen Hernández en uno de los programas de “El intermedio”. Fue tras unas declaraciones de alguien del Partido Popular en las que mezcló a los enterrados en cunetas con las subvenciones que los familiares esperaban recibir para desenterrarlos.
Tanto ella como un servidor como Rosa Rodero (otra viuda víctima que también colaboró en el programa) participamos defendiendo la dignidad de esas víctimas de la guerra civil que todavía están intentando localizar a sus propios familiares. Nos cayeron algunos improperios por parte de los que dicen defender la “libertad de expresión” y a “las víctimas del terrorismo”. No querían entender que el ser víctima de ETA (lo somos las tres) no nos obliga a seguir la línea ideológica marcada desde ciertas siglas políticas en este país. Por otro lado, mas de 100 víctimas me felicitaron por esa intervención.

Mari Carmen, Rosa Rodero y tantas otras víctimas que, por encima de las lógicas ideas sociales que podemos defender, siempre perseguimos una idea mayor: que nadie mas sufra lo que ya hemos sufrido nosotros.

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