miércoles, 12 de abril de 2017

12 abril 2017 (09.04.17) (4) Diari ARA (traducción solicitada)

12 abril 2017 (090.04.17)



Diari ARA

Ante las diferentes solicitudes para traducir la información presentada por el periodista Antoni Batista y escrita en catalán en el original, presento la traducción.

LAS OTRAS VICTIMAS DEL CONFLICTO VASCO
EL DIALOGO, ALEJADO DE LA CONFRONTACIÓN DEL DISCURSO OFICIAL, SERÁ UN PILAR PARA LA FUTURA CONVIVENCIA EN EUSKADI

La entrega de las armas de EA es un final material y simbólico de la violencia. Estas armas no son solo chatarra: dejan atrás muertos y heridos y la onda expansiva del dolor. Muchas víctimas. Pero no todas las víctimas son igual. Unas miran por el retrovisor. Otras por el parabrisas.
El 24 de febrero de 2006 Julen de Madariaga, el fundador de ETA que había empujado a la organización a coger las armas, tenía una larga conversación con Robert Manrique, gravemente herido en  el atentado en Hipercor. Fue el principio de un diálogo importantísimo de cara a una paz que se empezaba a vislumbrar.
Hablé con los dos el día después de aquel encuentro, que relataban llena de catarsis, con algunas chispas, con tensiones, pero con la sensación de que habían llegado con la generosidad donde nunca habrían podido llegar con la política. Madariaga escuchó como alguien trataba a ETA de terroristas y asesinos. Me dijo, con mucha solemnidad: “Escuché y tragué”.
Las conversaciones entre víctimas y victimarios son uno de los pilares para establecer  en el futuro una convivencia sólida, que permita que al cabo de cincuenta años los nietos no quieran reabrir las heridas que sus abuelos habían sabido cerrar y cicatrizar.

Mirada al suelo

Las víctimas que son capaces de hacer estos pasos tan decididos no tiene nada que ver, más bien están en las antípodas, de las que, generalmente de una manera corporativa, se envuelven en una bandera y hacen bandera de su desgracia. Eso sí: tienen todo el derecho.
Manrique fue todavía más allá y se encontró con Rafael Caride, miembro del comando Barcelona que perpetró el atentado que le quemó el 80 por ciento del cuerpo. Fue a la prisión, en junio de 2012, cuando Manrique le escuchó y se hizo escuchar, mientras Caride miraba al suelo. Lo que no quiso hacer Manrique fue darle la mano.
La manifestación de duelo ciudadano por el asesinato de Ernest Lluch y de rechazo al terrorismo marcó también la diferencia de las otras víctimas. Un millón de personas y ni un grito de odio ni venganza. Al contrario, la apelación al diálogo que hizo Gemma Nierga, amiga de Lluch, ante los gobernantes que encabezaban la manifestación. José Mará Aznar entre ellos. “Ustedes que pueden, dialoguen, por favor”, quedará como una de las frases más potentes frente a una manifestación multitudinaria. Un remake a la catalana del I’have a dream. Era en noviembre de 2001, la paz de Lizarra-Garazi se había ido a pique, volvían los años de plomo y la desesperanza volvía gris la niebla.
Ernest Lluch había sido un hombre de diálogo, se había entrevistado con la izquierda abertzale al mas alto nivel, con Arnaldo Otegi en Barcelona. Su familia siguió su huella. Vivieron el dolor, pero nunca lo ostentaron. Y cuando aquella izquierda abertzale que había hablado de paz con Lluch consiguió hacerla definitiva, buscó a la familia Lluch para retomar en Barcelona lo que en Barcelona había empezado.
Rosa Lluch tuvo un primer contacto con dirigentes abertzales. Fue, como no podía ser de otra manera, un encuentro con momentos difíciles y con la necesidad de coger aire para apaciguar angustias. Sobre todo cuando, después de que ellos entonaran un mea culpa inmenso por el irreparable dolor causado, ella les espetó que le habían hecho mucho daño sus silencios: cierto que la izquierda abertzale no mataba, pero callaba cuando ETA mataba. Instantes de silencio de aquellos que dicen que se pueden cortar.
Allí fue donde arrancó. Sin embargo, un proceso de reconocimiento del dolor causado por parte de la izquierda independentista, que Pernando Barreba hizo público, en noviembre de 2012 en la jornada Hablemos de reconciliación, de encuentro entre víctimas del conflicto vasco, bajo el amparo de la Universitat de Barcelona. El obispo Uriarte, que había ejercido de mediador entre ETA y el gobierno español, volvió a poner entre unos y otros el bálsamo de los santos óleos.
Estaban Manrique y Rosa Lluch y también Gorka Landaburu, a quien le explotó en las manos un paquete bomba remitido por ETA, que le hirió con graves secuelas que todavía arrastra: cuatro dedos amputados, pérdida de la visión en un ojo, problemas abdominales crónicos.
Gorka Landaburu se solidarizó con Marxelo Otamendi cuando la Audiencia Nacional clausuró el diario Egunkaria, que el dirigía, en febrero de 2003. La Guardia Civil torturó a Otamendi de todas las maneras y le acusó de una pertenencia a banda armada de la cual después de absolvieron. Landaburu se puso a su lado. Dos periodistas directores de medios, Cambio 16 y Berria, en las antípodas ideológicas y víctimas de victimarios diferentes, que desde entonces se han reunido siempre que se les ha pedido para hacer su contribución a la distensión y a la consolidación de una paz que sea mucho mas que una ausencia de violencia o una coexistencia, como argumenta Monseñor Uriarte.
Madariaga y Manrique se han visto en diferentes ocasiones, han profundizado en lo que empezaron y, desde todas las antípodas, se tienen confianza. Rosa Lluch i Pernando Barrena también han coincidido en otros fórums de pacificación. La última vez que interactuaron Landaburu y Otamendi fue en noviembre pasado en un díalogo organizado por el ICIP (Instituto Catalàn Internacional por la Paz). Después, relajados, ya sin público, cantaron juntos el Agur jaunak, canto de bienvenida por antonomasia, con las buenas y afinadas voces –Landaburu, barítono; Otamendi, tenor- que prescribe la cultura vasca.
He sido testigo directo de los episodios que relato, como de otros encuentros preservados por el off the record. Para poder explicar sin manipulaciones que no todas las víctimas son la AVT. Que hay unas víctimas, muchísimas y muy activas, que no se sienten en absoluto representadas cuando esta asociación se arroga la representatividad de todas. Son “las otras víctimas”, que no quieren dejar su dolor en los números rojos del rencor sino positivarlo para consolidar la paz.
Me lo dijo hace muchos años y con las mejores palabras posibles el guardia civil José Aguilar, que perdió una pierna en el atentado con lanzagranadas  contra el cuartel de Alsasua, en diciembre de 1988: “Yo no puedo perdonar genéricamente a ningún terrorista, pero a la gente que preparó aquel atentado sí, y lo que yo no me podía permitir nunca es generar odio en mis hijos. Quiero que mis hijos crezcan en paz, que sean sanos, que sean coherentes y que no almacenen ningún tipo de odio, y creo que la mejor manera de hacerlo es no teniéndolo dentro”.

Las asociaciones no quieren contrapartidas y desconfían del “circo”

Las asociaciones de víctimas del terrorismo denunciaron el “circo” que, según las entidades, supone el desarme de ETA: “Hemos de segur hablando de las víctimas y trabajar para construir un relato que no permita el blanqueo de ETA”, denunció Mari Mar Blanco., presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo. Desde la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Alfonso Sánchez lo calificó de “teatrillo, circo y esperpento” para que ETA “no salga con la rodilla en tierra”. Según Sánchez, la banda terrorista se ha quedado con armas. Consuelo Ordóñez, del Colectivo de Víctimas del País vasco, coincidió en tacharlo de “circo” y pidió el desarme “ideológico, social y cultural” de ETA.


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