miércoles, 21 de junio de 2017

19 junio 2017 (4) Interviu (opinión)

19 junio 2017 




30 años de la mayor matanza de ETA, medio centenar de afectados sin indemnización atención del Estado

Las víctimas abandonadas de Hipercor

El 19 de junio de 1987 veintiuna personas fueron asesinadas en el centro comercial Hipercor en Barcelona. Una docena de afectados de la mayor matanza perpetrada por ETA, entre ellos, padres y madres de niños fallecidos, no son reconocidos como víctimas del terrorismo por el Ministerio de Interior. Otros 33 se quedaron sin cobrar la indemnización por responsabilidad civil del Estado. Estos damnificados se quejan del olvido institucional.

El renombre de la legislación española de reconocimiento y protección a las víctimas del terrorismo se desploma, como un castillo de naipes, ante unos padres que perdieron a sus hijos en la mayor matanza perpetrada por ETA y no tienen la consideración oficial de víctimas del terrorismo porque no se encontraban en el lugar y en el momento del atentado. Nuria Manzanares, de 66 años, y su esposo, Enrique Vicente, de 68, ambos barceloneses, siguen sin poder contener las lágrimas cuando rememoran el fatal día en el que un comando de ETA, formado por Rafael Caride Simón, Mercedes Ernaga y Domingo Troitiño, hizo explosionar un Ford Sierra cargado con 30 kilos de amonal en la primera planta del aparcamiento del centro comercial Hipercor, situado en la avenida Meridiana de Barcelona. Veintiuna personas fallecieron abrasadas o asfixiadas, y otras 45 resultaron heridas.

Viernes, 19 de junio de 1987. Mercedes Manzanares, de 33 años, hermana de Nuria, había llevado a Hipercor a sus sobrinos, Jordi, de 9 años, y Silvia, de 13, para comprar un bañador a la niña, que se iba de viaje de fin de curso. El niño se apuntó a los planes a última hora. “Yo estaba trabajando en mi peluquería y mi marido, en su taller, como electricista. Le dije a Jordi que no fuera, pero insistió –, recuerda Nuria Manzanares–. Después de las compras, mi hermana les iba a llevar a una fiesta en el colegio. Les acababan de dar la vacaciones de verano”. Ya en el parquin, a las cuatro y doce minutos de la tarde, a punto de abandonar el centro comercial, la explosión les alcanzó de lleno. El Ford Sierra de los etarras iba cargado con un artefacto explosivo que pesaba 200 kilos. Además de amonal, la bomba contenía 100 litros de gasolina y una cantidad indeterminada de escamas de jabón y de pegamento adhesivo; todo ello introducido en bidones de plástico en el maletero del vehículo, según detalla la sentencia.

Condenas perpetuas

El atentado de Hipercor fue la primera acción que ETA perpetraba contra la población civil. La mayoría de las víctimas fueron mujeres que realizaban la compra en ese momento. Es la mayor matanza de la banda terrorista, de la que se cumplen ahora 30 años. Dos de los responsables, Mercedes Ernaga y Domingo Troitiño, salieron de la cárcel hace cuatro años. Los otros dos, Rafael Caride Simón –hoy, arrepentido– y Santiago Arróspide, alías Santi Potros –entonces jefe de la banda–, recobrarán la libertad en uno o dos años a lo sumo. Cada uno de los terroristas fueron condenados a casi 800 años de prisión.

Las otras condenas, las de las familias que perdieron a sus seres queridos en la matanza, son perpetuas. Nuria Manzanares y Enrique Vicente soportan la suya gracias a una especie de milagro. Nuria se enteró de que estaba embarazada mientras lloraba la muerte de sus hijos. “Enric, nuestro hijo, ha sido nuestro soporte. Sin él, nos hubiéramos vuelto locos por tanto dolor”, dice Enrique Vicente.

Él tuvo que buscar entre los muertos a sus hijos y a su cuñada, un periplo que aún le arranca el llanto: “En el hospital Vall d´Hebron no estaban. En el Clínic, encontré a Mercedes primero. Luego vi a Jordi y por último, el cuerpo de Silvia”.

Nuria y Enrique se sienten víctimas abandonadas por las administraciones. “En ningún momento, durante estos años, nadie de la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo, del Ministerio de Interior, nos ha llamado para saber cómo estábamos ni nos han ofrecido ayuda psicológica ni de ningún tipo. Se les llena la boca con la atención a las víctimas y es pura patraña”, se queja Nuria. La pareja percibió la indemnización marcada en la sentencia de 1989 por la pérdida de sus hijos: 25 millones de pesetas (150.000 euros) por cada una de las muertes. Sin embargo, no tienen la consideración de víctimas del terrorismo porque ellos no estuvieron en Hipercor el 19 de junio de 1987.

“Esto quiere decir que el Estado no reconoce que sus secuelas psicológicas sean derivadas del dolor por la pérdida de sus hijos en un atentado terrorista –explica Montserrat Fortuny, abogada del matrimonio Vicente Manzanares y de otras víctimas de Hipercor y del terrorismo en Cataluña–. Por tanto, no les concede la pensión extraordinaria del 200 por cien de su pensión de jubilación. La Administración no ve relación entre su patología de estrés postraumático y el atentado terrorista”. Nuria y Enrique en la actualidad tienen reconocida una pensión ordinaria por enfermedad común. “Otros diez familiares de Hipercor reclamaron en la misma línea y perdieron”, desvela Fortuny.

El peor fuego

Borrón y cuenta nueva. Esta ha sido la filosofía de Andreu Clarella durante sus 35 años como bombero de Barcelona para poder realizar su trabajo con eficacia. “Si me hubiera involucrado con las víctimas no hubiera podido trabajar. Los sentimientos son una carga para una profesión como la mía”, dice a Interviú este catalán jubilado, de 63 años, que participó en la extinción del incendio y en el rescate de víctimas del atentado de Hipercor.

Su relato frío arroja luz a uno de los episodios más dramáticos que sufrió la ciudad de Barcelona. “Recibimos el aviso de que había un incendio en el parquin del centro comercial. Al llegar, vi a una mujer que salía por su propio pie con un peinado muy raro. Luego me di cuenta de que tenía el pelo carbonizado”, cuenta Andreu Clarella.

Al poco de llegar su dotación a Hipercor, se les comunicó que se trataba de un atentado. “Tardamos 35 minutos en apagar el fuego. Fue muy complicado porque la explo - sión había destrozado los rociado - res de agua que había justo encima del coche explosionado”, relata el exbombero.

Una vez extinguido el fuego, Clarella y sus compañeros iniciaron la búsqueda de heridos. “Pero solo quedaban muertos. Vi a mi compañero Jaume Gallemí, ya fallecido, con dos niños en los brazos; y me pidió que entrara a por la madre, que esta ba en el coche. Fue cuando comprendí la magnitud de la masacre que se había producido”. Quince personas fallecieron en el centro comercial y otras seis en el hospital. Los 21 se encontraban en el aparcamiento cuando estalló la bomba.

Aviso de bomba

Antes de que el coche de los etarras estallara en mil pedazos, Domingo Troitiño realizó tres llamadas avisando de la colocación de una bomba en Hipercor: al diario Avui, a la dirección del centro comercial y a la Guàrdia Urbana de Barcelona. Pero no indicó el lugar exacto y además mintió sobre la hora en la que tendría lugar la explosión. La búsqueda por parte del personal de seguridad de Hipercor resultó infructuosa y el aviso se tomó como un falsa amenaza de bomba.

Un grupo de 13 heridos y familiares de fallecidos comprendió que el Estado tenía responsabilidad por no haber sido diligente en el desalojo de los clientes de Hipercor; y planteó una demanda por responsabilidad civil, que ganó en 1998. El Tribunal Supremo condenó al Estado al pago de un total de 106 millones de pesetas (638.500 euros) para esos demandantes.

Sin embargo, 33 de las víctimas de Hipercor se quedaron sin su indemnización por haber presentado la demanda fuera de plazo. Entre ellos, Enrique Vicente y Nuria Manzanares. También Marga Labad, que perdió en el atentado a su madre, Luisa Ramírez Calanda, de 49 años. “Es muy doloroso comprobar cómo el Estado racanea de esta forma a los hijos y a los padres de unas víctimas inocentes que lo único que hacian era comprar en un supermercado. Es repugnante”, clama Marga, que tenía 25 años cuando su madre fue asesinada.

“Peor que los etarras”

A esta catalana tampoco le han reconocido secuelas psicológicas por la pérdida de su madre. “Es desgarrador conocer casos de personas que se hicieron un rasguño en  Hipercor, o en otro atentado, y tienen la consideración de víctima del te - rrorismo, con todos los derechos que eso implica –ayudas para el estudio, pensión extraordinaria, por ejemplo– , mientras que los hijos de los asesinados estamos en el peor de los abandonos” , explica Marga Labad, indignada, y añade: “Es indecente que yo esté peor que los etarras que mataron a mi madre. Ellos han te - nido en la cárcel de todo: estudios, atención sanitaria y psicológica... Exijo una reinserción social para las víctimas”.

Labad se refiere a la inexistencia de una bolsa de empleo para víctimas del terrorismo y de ayuda psicológica gratuita. “En Cataluña nos tienen abandonadas a las víctimas del terrorismo. Tengo numerosas patologías derivadas del sufrimiento por la muerte de mi madre pero nadie me ayuda”, clama esta vecina de Tarragona.

La mayor parte de los heridos del atentado de Hipercor sufrieron quemaduras de consideración, similares a las producidas por el napalm –o gasolina gelatinosa–, en la guerra de Vietnam, por ejemplo. La explosión en la primera planta del aparcamiento provocó un tremendo socavón en el techo por el que se disparó una enorme bola defuego que arrasó el supermercado, justo en la planta de arriba. Clientes y dependientes fueron presas de las llamas y de los gases tóxicos.

El cirujano Pablo Gómez Morell (Zaragoza, 1956), médico del Servicio de Cirugía Plástica del Hospital Vall d´Hebron de Barcelona, fue uno de los médicos que atendió a los heridos de Hipercor. A las órdenes del prestigioso doctor José Antonio Bañuelos, la unidad de Quemados del Vall d´Hebron comenzó a operar al día siguiente del atentado a los heridos con más posibilidades de sobrevivir. “Yo trabajaba entonces en el Hospital de San Rafael, pero me ofrecí para echar una mano al Vall d´Hebron –rememora Gómez Morell–. Se montaron dos quirófanos simultáneos y operamos ese sábado y el domingo a los pequeños y medianos quemados”.

A los grandes quemados, primero se les retiró toda la piel abrasada. “Había que ver su evolución. Afortunadamente, en aquella intervención del Vall d´Hebron hubo un índice de supervivencia superior al esperado según el diagnóstico de los pacientes. Tres de ellos sobrevivieron pese a que todo apuntaba a lo contrario”, explica Pablo Gómez Morell, que fue jefe de la Unidad de Quemados del Vall d´Hebron entre 1996 y 2006.

Aquella experiencia médica fue plasmada en un estudio, en 1990, publicado en la revista Burns, la más prestigiosa del mundo en esa materia. “En la tragedia del incendio del camping de Los Alfaques (Tarragona, 1978) vino un sueco al hospital como observador de la Organización Mundial de la Salud y después él publicó un estudio –relata Gómez Morell–. Tras el atentado de Hipercor, decidimos que teníamos que ser nosotros los que contáramos la experiencia”. De los 37 heridos atendidos en el hospital barcelonés, seis murieron; el resto tardó un máximo de 174 días en recuperarse.

Muchos heridos llegaron al Vall d´Hebron en taxis y coches particulares. Roberto Manrique, de 55 años, fue uno de ellos. “Compartí el taxi con otra víctima, Asunción Espinosa. El taxista se llama Francisco Torres y mantengo el contacto con él”, cuenta Manrique, que en el momento del atentado trabajaba en la carnicería de Hipercor.

Diez libritos de lomo estaba despachando Manrique a Agustina Cabanillas cuando la bola de fuego les alcanzó. Ambos resultaron heridos de gravedad. Manrique fue operado cuatro días después. Tras 174 días, recibió el alta médica, “quedándole graves secuelas, consistentes en cicatrices hipertróficas en ambos miembros superiores, con necesidad de reconstrucción cutánea”, consta en la sentencia. “Tuve que llevar una máscara facial especial para quemaduras durante mucho tiempo. Alguna vez se me olvidó quitármela al entrar en comercios y di algún susto”, cuenta sonriendo Roberto Manrique.

Este catalán, responsable del extinto Servicio de Información y Orientación para Víctimas del Terrorismo de la Generalitat, es una especie de ángel de la guarda para la mayoría de los afectados en Cataluña, a los que ha asesorado durante tres décadas.

Buscar en la guía

Roberto Manrique emprendió la ardua tarea de localizar a todas las víctimas que aparecían en la sentencia de 1989, cuando se celebró el juicio contra Mercedes Ernaga y Domingo Troitiño. En 2003 se juzgó a Caride y Santi Potros. “A las víctimas nadie las avisó para asistir al juicio. Por lo tanto, supuse que la administración tampoco las buscaría para notificarles la sentencia y así poder cobrar su indemnización. Así que me puse a buscarlas, tirando de las páginas amarillas. De los 45 heridos, solo me faltaron tres”, explica Manrique.

Como delegado de la Asociación Víctimas del Terrorismo en Cataluña, Manrique contó con la colaboración de la psicóloga Sara Bosch; ambos se encargaron del programa Fénix, de identificación de todas las víctimas, “para ver qué necesitaban”, dice Bosch. La psicóloga explica que, además del estrés postraumático –“que puede aparecer pasados años desde el atentado”–, muchos afectados padecen una victimización secundaria “que surge debido al maltrato institucional. Las víctimas perciben la dejadez de la Administración. Además, tener que pelear por el dinero les hace sentir mal”.

Opinión:

Poder explicar en un semanario como Interviú la realidad de la situación de muchas víctimas del terrorismo anónimas es aprovechar el momento para demostrar quien se preocupa realmente de buscar soluciones a los problemas de muchas víctimas del terrorismo mientras otros se dedican a aprovecharse del trabajo ajeno y a intentar trepar en la escalera de ciertos partidos políticos que, dicho sea de paso, se dedican a hablar de LAS víctimas del terrorismo como se realmente se preocuparan de ellas.
El reportaje de Interviú muestra claramente quien está trabajando y dedicando muchísimas horas al cabo del día altruistamente por muchas víctimas del terrorismo que, pese a tener su nombre y apellidos en los listados de algunas entidades, hace años que no reciben ni una sola llamada preguntando por su situación.
Eso sí, al estar en esa relación de nombres siempre habrá quien se crea que hacen algo por ellas….
Por otra parte, tener la oportunidad de hacer público el reconocimiento a esos profesionales que dedican sus conocimientos y su tiempo a ayudar a muchas víctimas del terrorismo me llena de satisfacción.

Cuánta gente, cuántas asociaciones y cuántos vividores deberían aprender de los que aparecen en este reportaje… tanto a nivel de víctimas como a nivel de profesionales que por delante de opciones políticas o de ideologías personales ponen el interés en ayudar al colectivo de víctimas del terrorismo.
Por otro lado, a algunos siempre les queda montar una historia de "vamos a conseguir lo imposible" intentando cobrar a una víctima 2.000 euros por una simple fotocopia, una fotocopia de una sentencia que siempre llevo en mi cartera de documentos.
En cuanto al tema del estudio sobre las víctimas de Hipercor, agradecer al doctor (y amigo) Pablo Gómez el regalo que me hizo: la entrega del documento original que presentó para la mejor revista mundial sobre la investigación quemados, la revista Burns. En mi casa tiene un sitio de honor... la importancia de ese estudio y del regalo del mismo solo la podrá apreciar alguien que haya pasado por lo que tantas víctimas del atentado pasamos hace 30 años.

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